San Claudio de la Colombiere, propagador de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús
San Claudio de la Colombiere, cuya fiesta es el 15 de febrero (fecha en que murió en el año 1682), propagó el amor al Sagrado Corazón de Jesús tal como lo recibió de Santa Margarita Alacoque.
Fue el primero en creer en las revelaciones místicas del Sagrado Corazón recibidas por Santa Margarita en el convento de Paray le Monial, Francia. Gracias a su apoyo la superiora de Margarita llegó también a creer y la devoción al Sagrado Corazón comenzó a propagarse. San Claudio no solo creyó sino que en adelante dedicó su vida a propagar la devoción siempre unido espiritualmente a Santa Margarita en cuyo discernimiento confiaba plenamente. Sacerdote santo y sabio que supo discernir muy bien la auténtica intervención divina en el alma de Sta. Margarita a pesar que hasta entonces todos los teólogos y las religiosas la despreciaban y hasta algunos la tenían por posesa.
Un artista, contemporáneo de San Claudio, nos ha dejado un retrato, pintado cuando éste tenía entre treinta y cinco y cuarenta y un años: rostro alargado, ojos pequeños pero brillantes y de mirada penetrante, frente amplia, boca bien proporcionada y mentón un tanto afilado.
Se dice que cuando Claudio entró en la Compañía de Jesús era más bien robusto, de carácter muy alegre, de elevados ideales, prudente y agradable. La vida religiosa no hizo sino desarrollar sus dones naturales.
Su inteligencia innata se acostumbró a los juicios agudos y certeros.
San Claudio amaba las bellas artes y sostuvo una correspondencia con Oliverio Patru, miembro de la Academia Francesa, quien alaba mucho sus escritos.
Pero poco valor habrían tenido estos dones naturales en el trabajo por las almas, si no hubiera unido a ellos el espíritu interior de un religioso sediento de la gloria de Dios. La fuente de su vida interior era la unión con Dios en la oración, a la que se entregaba constantemente.
Llegó a habituarse de tal modo a referirlo todo a Dios, que el respeto humano y los motivos mundanos no existían para él. Este extraordinario despego del mundo fue su característica principal.
Su vida
El santo Claudio nació en Saint-Symphorien d'Ozon, cerca de Lyón, en 1641. Su familia estaba bien relacionada, era piadosa y gozaba de buena posición. No poseemos ningún dato especial sobre su vida antes de ingresar en el colegio de la Compañía de Jesús de Lyón.
Aunque sentía gran repugnancia por la vida religiosa, logró vencerla y fue inmediatamente admitido en la Compañía. Hizo su noviciado en Aviñón y, a los dos años, pasó al colegio de dicha ciudad a completar sus estudios de filosofía. Al terminarlos fue destinado a enseñar la gramática y las humanidades, de 1661 a 1666.
Desde 1659, la ciudad de Aviñón había presenciado choques constantes entre los nobles y el pueblo
En 1662, ocurrió en Roma el famoso encuentro entre la guardia pontificia y el séquito del embajador francés. A raíz de ese incidente, las tropas de Luis XIV ocuparon Aviñón, que se hallaba en el territorio de los Papas. Sin embargo, esto no interrumpió las tareas del colegio, y el aumento del calvinismo no hizo más que redoblar el celo de los jesuitas, quienes se consagraron con mayor ahínco a los ministerios apostólicos en la ciudad y en los distritos circundantes.
Cuando la paz quedó restablecida, Aviñón celebró la canonización de San Francisco de Sales. En el más antiguo de los dos conventos de la Visitación se llevó a cabo una gran función litúrgica. En aquella ocasión, el Santo Claudio desplegó por primera vez sus dotes de orador, pues, aunque todavía no era sacerdote, fue uno de los elegidos para predicar el panegírico del santo obispo en la iglesia del convento.
El texto que escogió fue: "De la fuerza ha brotado la suavidad" (Jueces: 14, 14), y el sermón resultó magnífico. Entre tanto, los superiores habían decidido enviar al joven Claudio a terminar sus estudios de teología en París, centro de la vida intelectual de Francia. En dicha ciudad se le confió el honor de velar por la educación de los dos hijos del famoso Colbert. Lo que ocurrió, probablemente, es que Colbert descubrió la envergadura intelectual de Claudio y lo escogió para ese importante oficio, aunque él personalmente no era amigo de los jesuitas.
Sin embargo, las relaciones del santo con esa distinguida familia terminaron mal, pues una frase satírica que Claudio había escrito llegó al conocimiento del ministro, quien se mostró sumamente ofendido y pidió a los superiores de la Compañía que enviaran al santo nuevamente a su provincia. Esto no pudo realizarse, sino hasta 1670.
La Palabra es proclamada y el Corazón elevado
En 1673, el joven sacerdote fue nombrado predicador del colegio de Aviñón. Sus sermones, en los que trabajaba intensamente, son verdaderos modelos del género, tanto por la solidez de la doctrina como por la belleza del lenguaje.
El santo parece haber predicado más tarde los mismos sermones en Inglaterra, y el nombre de la duquesa de York (María de Módena, que fue después reina, cuando Jacobo II heredó el trono), en cuya capilla predicó Claudio, está ligado a las ediciones de dichos sermones. El santo, durante su estancia en París, había estudiado el Jansenismo con sus verdades a medias y sus calumnias, a fin de combatir, desde el púlpito sus errores, animado como estaba por el amor al Sagrado Corazón, cuya devoción sería el mejor antídoto contra el Jansenismo.
A fines de 1674, el P. La Chaize, rector del santo, recibió del general de la Compañía la orden de admitirle a la profesión solemne, después de un mes de ejercicios espirituales en la llamada "tercera probación". Ese retiro fue de gran provecho espiritual para Claudio que se sintió, según confesaba, llamado a consagrarse al Sagrado Corazón.
El santo añadió a los votos solemnes de la profesión un voto de fidelidad absoluta a las reglas de la Compañía, hasta en sus menores detalles. Según anota en su diario, había ya vivido durante algún tiempo en esa fidelidad perfecta, y quería consagrar con un voto su conducta para hacerla más duradera.
Tenía entonces treinta y tres años, la edad en la que Cristo murió, y eso le inspiró un gran deseo de morir completamente para el mundo y para sí mismo. Como escribió en su diario: "Me parece, Señor, que ya es tiempo de que empiece a vivir en Tí y sólo para Tí, pues a mi edad, Tú quisiste morir por mí en particular".
Escogido por y para el Corazón de Jesús
Dos meses después de haber hecho la profesión solemne, en febrero de 1675, Claudio fue nombrado superior del colegio de Paray-le-Monial. Por una parte, era un honor excepcional confiar a un joven profeso el gobierno de una casa; pero por otra parte, la pequeña comunidad de Paray, que sólo tenía cuatro o cinco padres, era insignificante para las grandes dotes de Claudio.
En realidad se trataba de un designio de Dios para ponerle en contacto con un alma que necesitaba de su ayuda: Margarita María Alacoque. Dicha religiosa se hallaba en un período de perplejidad y sufrimientos, debido a las extraordinarias revelaciones de que la había hecho objeto el Sagrado Corazón, cada día más claras e íntimas.
Siguiendo las indicaciones de su superiora, la madre de Saumaise, Margarita se había confiado a un sacerdote muy erudito, pero que carecía de conocimientos de mística. El sacerdote dictaminó que Margarita era víctima de los engaños del demonio, cosa que acabó de desconcertar a la santa. Movido por las oraciones de Margarita, Dios le envió a su fiel siervo y perfecto amigo, Claudio de la Colombiére.
El P. La Colombiére fue un día a predicar a la comunidad de la Visitación.
"Mientras él nos hablaba escribió Margarita, oí en mi corazón estas palabras: "He aquí al que te he enviado".
Desde la primera vez que Margarita fue a confesarse con el P. La Colombiere, éste la trató como si estuviese al tanto de lo que le sucedía. La santa sintió una repugnancia enorme a abrirle su corazón y no lo hizo, a pesar de que estaba convencida de que la voluntad de Dios era que se confiase al santo.
En la siguiente confesión, el P. La Colombiere le dijo que estaba muy contento de ser para ella una ocasión de vencerse y,
"en seguida -dice Margarita-, sin hacerme el menor daño, puso al descubierto cuanto de bueno y malo había en mi corazón, me consoló mucho y me exhortó a no tener miedo a los caminos del Señor, con tal de que permaneciese obediente a mis superiores, reiterándome a entregarme totalmente a Dios, para que Él me tratase como quisiera. El padre me enseñó a apreciar los dones de Dios y a recibir Sus comunicaciones con fe y humildad"
Este fue el gran servicio del P. La Colombiere a Margarita María. Por otra parte, el santo trabajó incansablemente en la propagación de la devoción al Sagrado Corazón, pues veía en ella el mejor antídoto contra el jansenismo.
Testimonio ante la persecución
El santo no estuvo mucho tiempo en Paray. Su siguiente ocupación fue muy diferente. Por recomendación del P. La Chaize, que era el confesor de Luis XIV, sus superiores le enviaron a Londres como predicador de María Beatriz d' Este, duquesa de York. El santo predicó en Inglaterra con el ejemplo y la palabra.
El amor al Sagrado Corazón era su tema favorito. El proceso de beatificación habla de su apostolado en Inglaterra y de los numerosos protestantes que convirtió. La posición de los católicos en aquel país era extremadamente difícil, debido a la gran hostilidad que había contra ellos. E
En la corte se formó un movimiento para excluir al duque de York, que se había convertido al catolicismo, de la sucesión a la Corona sustituyéndole por el príncipe de Orange o algún otro candidato. El infame Titus Oates y sus secuaces inventaron la historia de un "complot de los papistas", en el que el P. La Colombiere se hallaría complicado con el resto de los católicos.
El complot tenía por objeto, según los calumniadores, el asesinato del rey Carlos II y la destrucción de la Iglesia de Inglaterra, Claudio fue acusado de ejercer los ministerios sacerdotales y de haber convertido a muchos protestantes. Aunque fue hecho prisionero, la intervención de Luis XIV impidió que sellase su vida con el martirio.
El santo fue simplemente desterrado de Inglaterra. La prisión había acabado con su débil salud. A su vuelta a Francia, en 1679, el santo estaba ya mortalmente enfermo; aunque en algunas temporadas se rehacía un poco y podía ejercer los ministerios sacerdotales, una enfermedad de los riñones no le dejaba reposo. Sus superiores, pensando que los aires natales podrían ayudarle a recobrar la salud, le enviaron a Lyón y a Paray. Durante una de sus visitas a esta última ciudad, Margarita María le avisó que moriría ahí.
El P.Claudio llega a Paray en Abril de 1681, enviado por los médicos en busca de la salud que le negaban otros climas; siendo así hubo comunicación entre el P. Claudio y la Hermana Margarita. Hablando de los ardores de sus almas y proyectos apostólicos en favor del Sagrado Corazón.
Aquí se agravó la enfermedad del P.Claudio; estaba listo para ir a otros climas, pero Sta. Margarita avisa que si le era posible sin faltar a la obediencia se quedara en Paray. Y le envía este mensaje: El me ha dicho que quiere aquí el sacrificio de vuestra vida. Tan categórica afirmación deshizo todos los preparativos de viaje.
Muerte y gloria
En efecto, después de haber dado maravilloso ejemplo de humildad y paciencia, Claudio La Colombiére entregó su alma a Dios al atardecer del 15 de febrero de 1682. Al día siguiente Santa Margarita María recibió un aviso del cielo en el sentido de que Claudio se hallaba ya en la gloria y no necesitaba de oraciones. Así escribió a una persona devota del querido difunto:
"Cesad en vuestra aflicción. Invocadle. Nada temáis; mas poder tiene ahora que nunca para socorrernos."
El P. La Colombiére fue beatificado en 1929 y su Santidad Juan Pablo II lo declaró santo en 1992. La Iglesia Universal celebra su fiesta el día 15 de febrero.
Fuente Bibliográfica: Vidas de los Santos de Butler, Volumen I.
ORACIONES
San Claudio de la Colombiere
Acto de Confianza en Dios
Esta es, sin duda, una de sus oraciones más bellas.
Es la conclusión del discurso 682, que trata precisamente de la confianza en Dios (O.C. IV, p. 215).
Dios mío, estoy tan persuadido de que veláis sobre todos los que en Vos esperan y de que nada puede faltar a quien de Vos aguarda toda las cosas, que he resuelto vivir en adelante sin cuidado alguno, descargando sobre Vos todas mis inquietudes. Mas yo dormiré en paz y descansaré; porque Tú ¡Oh Señor! Y sólo Tú, has asegurado mi esperanza.
Los hombres pueden despojarme de los bienes y de la reputación; las enfermedades pueden quitarme las fuerzas y los medios de serviros; yo mismo puedo perder vuestra gracia por el pecado; pero no perderé mi esperanza; la conservaré hasta el último instante de mi vida y serán inútiles todos los esfuerzos de los demonios del infierno para arrancármela. Dormiré y descansaré en paz.
Que otros esperen su felicidad de su riqueza o de sus talentos; que se apoyen sobre la inocencia de su vida, o sobre el rigor de su penitencia, o sobre el número de sus buenas obras, o sobre el fervor de sus oraciones. En cuanto a mí, Señor, toda mi confianza es mi confianza misma. Porque Tú, Señor, solo Tú, has asegurado mi esperanza.
A nadie engañó esta confianza. Ninguno de los que han esperado en el Señor ha quedado frustrado en su confianza.
Por tanto, estoy seguro de que seré eternamente feliz, porque firmemente espero serlo y porque de Vos ¡oh Dios mío! Es de Quien lo espero. En Ti esperé , Señor, y jamás seré confundido.
Bien conozco ¡ah! Demasiado lo conozco, que soy frágil e inconstante; sé cuanto pueden las tentaciones contra la virtud más firme; he visto caer los astros del cielo y las columnas del firmamento; pero nada de esto puede aterrarme. Mientras mantenga firme mi esperanza, me conservaré a cubierto de todas las calamidades; y estoy seguro de esperar siempre, porque espero igualmente esta invariable esperanza.
En fin, estoy seguro de que no puedo esperar con exceso de Vos y de que conseguiré todo lo que hubiere esperado de Vos. Así, espero que me sostendréis en las más rápidas y resbaladizas pendientes, que me fortaleceréis contra los más violentos asaltos y que haréis triunfar mi flaqueza sobre mis más formidables enemigos. Espero que me amaréis siempre y que yo os amaré sin interrupción ; y para llevar de una vez toda mi esperanza tan lejos como puedo llevarla, os espero a Vos mismo de Vos mismo ¡oh Creador mío! Para el tiempo y para la eternidad. Así sea.
La penitencia es una virtud que nos lleva a trabajar por eliminar de nuestra vida todo aquello que nos separa del amor de Dios y del amor al prójimo. No es un sentimiento, una experiencia emocional, sino mas bien un acto de la voluntad. Muchos confunden la penitencia exclusivamente con actos externos de expiación, sin embargo es toda una actitud interior.
JESÚS, AMIGO ÚNICO
Esta oración está sacada de la 39ª de las "Reflexiones cristianas" (O.C. V, pág. 39); a propósito de S. Juan Evangelista, nos propone que recemos a Jesús, único. y verdadero Amigo.
Jesús, Tú eres el Amigo único y verdadero; no sólo compartes cada uno de mis padecimientos, sino que lo tomas sobre Ti y conoces el secreto de transformármelo en gozo. Me escuchas con bondad y, cuando te cuento mis amarguras, me las suavizas.
Te encuentro en todo lugar, jamás te alejas y, si me veo obligado a cambiar de residencia, te encuentro allí donde voy. Nunca te hartas de escucharme;, jamás te cansas de hacerme bien. Si te amo, estoy seguro de ser correspondido; no tienes necesidad de lo mío ni te empobreces al otorgarme tus dones. No obstante que soy un hombre pobre, nadie (sea noble, inteligente o santo) podrá robarme tu amistad. La misma muerte que separa a los amigos todos, me reunirá contigo.
Ninguna de las adversidades de la edad o del azar lograrán jamás alejarme de ti; más bien, por el contrario, nunca gozaré con tanta plenitud de tu presencia ni jamás me estarás tan cercano, cuanto en el momento en que todo parecerá conspirar contra mi.
Sólo Tú aciertas a soportar mis defectos con extremada paciencia. Incluso mis infidelidades e ingratitudes, aunque te ofenden, no te impiden estar siempre dispuesto a concederme tu gracia y tu amor, si yo las deseo.
JESÚS, MI FUERZA
El octavo día de los Ejercicios Espirituales hechos en Londres en 1677, escribe que ha descubierto un gran tesoro: una confianza ilimitada en Dios; y termina con esta oración (O.C. VI, pág. 113).
Sí, Dios mío, Tú serás mi fuerza, mi guía, mi director, mi consejero, mi paciencia, mi ciencia, mi paz, mi justicia, mi prudencia.
A Ti acudiré en las tentaciones, arideces, contrariedades y temores. No quiero temer nada en adelante, ni los engaños y ardides del demonio, ni mi debilidad, porque serás Tú mi fuerza en las pruebas; y me prometes serlo en proporción a mi confianza. Pero lo maravilloso es que cuando me pones en esta situación, al mismo tiempo me otorgas la misma confianza. Seas eternamente alabado y amado por todas las cosas creadas, ¡Oh amable Señor!
¿Qué sería de mí si Tú no fueses mi fuerza? Y si, como me lo aseguras, lo eres ¿ qué no podré hacer con ella por tu gloria? "Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Fil 4,13).
Estás siempre en mí y yo en Ti; por tanto, me encuentre donde me encuentre, sea cual fuere el peligro que me acecha, poseo siempre conmigo mi fuerza.
Esta certeza me basta para disipar en un momento mis angustias, y hacer frente a ciertos sobresaltos de la naturaleza que, a veces, se despierta con tanto ardor que no puedo menos de temer por mi perseverancia y asustarme ante la perfección a que Tú, Señor me has llamado.
SEGUIRÉ ESPERANDO EN TI
Aunque resulte sorprendente, esta oración está contenida en la Carta 96 (O.C. VI, pág. 542) a su hermana que acaso desconfiaba de la misericordia del Señor.
Señor, ante Ti tienes a un alma que se halla en este mundo para experimentar tu maravillosa misericordia y mostrarla resplandeciente ante el cielo y la tierra.
Te den gloria también los otros demostrando con su fidelidad y su constancia cuan potente es tu gracia y cuan afable y generoso eres con quienes te son fieles; en cuanto a mí, te daré gloria dando a conocer a todos lo bueno que eres con los pecadores.
Diré a todos que tu misericordia está muy por encima de cualquier malicia humana y que ninguna maldad tendrá poder de cansarla; que ninguna recaída, por vergonzosa y grave que sea, deberá llevar al pecador a desesperar de tu perdón.
SI, amoroso Redentor, te he ofendido gravemente, pero te ultrajaría todavía más si pensara que no eres tan bueno como para concederme el perdón. '
Tu enemigo y enemigo mío cada día me tiende nuevos lazos; podrá llevarme a perderlo todo, pero no la esperanza en tu misericordia. Aunque recayera cien veces y mis culpas fuesen cien veces más terribles de lo que son, seguiría esperando en Ti.
HÁGASE TU VOLUNTAD
La santidad consiste en adecuarse a la voluntad del Señor, escribe en otro lugar. (Reflexiones cristianas O.C. V, p. 4 01); al final de la disertación sobre este tema, invita a sus oyentes a besar las manos de Jesús crucificado y meditar en las palabras que El dirigió al Padre en su agonía cruel en el huerto de los Olivos: "No se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22,42).
Señor, hágase tu voluntad, no la mía. Debo alabarte y darte gracias porque se cumplen en mí tus designios.
Aunque estuviera en mi poder resistirme a tus decisiones, sin embargo no rechazaría someterme a ellas_ "No como yo quiero, sino como quieras tú" (Mt 26,39).
Acepto de buen grado esta adversidad en sí misma y en todas sus circunstancias. Así que no me lamento del mal que habré de soportar ni de las personas que lo causan, ni del modo en que me ha llegado, ni de la coyuntura de tiempo y lugar en que me ha sobrevenido.
Porque estoy convencido de que Tú has querido estas circunstancias y prefiero morir antes que oponerme en nada a tu querer.
SÍ, Dios mío, hágase tu voluntad en mí y en todos los hombres, hoy y en todo momento, en el cielo y en la tierra. Cúmplase en la tierra como en el cielo. Amén.
DAME TU CORAZÓN
Esta oración concluye la disertación sobre el Corpus (Sermón 20º O.C. 11, p. 24). Anteriormente ha dicho que el hombre está rodeado y asediado por los beneficios de Dios. Cada día el Señor enciende nuevas brasas en torno a nuestro corazón para inflamarlo; no obstante esto, sigue frío para la Eucaristía.
¿Qué harás, Señor, para vencer la obstinada indiferencia de los hombres? Te has agotado en este misterio de amor; has ido tan lejos que, como comentan los Santos Padres, has llegado hasta donde podía llegar tu Poder.
Si los contactos divinos con tu sagrada Carne no consiguen destruir este hechizo que me seduce, en vano podré esperar en otro remedio de mayor fuerza.
A tan grande calamidad, sólo una salida encuentro: que me des otro corazón, un corazón dócil, un corazón sensible, un corazón que no sea de mármol ni de bronce; es menester que me concedas tu mismo Corazón.
Ven, amable Corazón de Jesús, ven y colócate en el centro de mi pecho y enciende en él un amor tal que acierte a responder, de algún modo, a mi deber de amarte.
Dios mío, ama a Jesús que está en mí en la medida en que me has amado a mí en El. Haz que ya no viva sino por El para llegar a vivir eternamente con El en el cielo. Amén.
OFRECIMIENTO AL CORAZÓN DE JESUCRISTO
El diario de los Ejercicios espirituales hechos en Londres del 20 al 29 de enero de 1677, concluye con este "ofrecimiento al S. Corazón de Jesucristo" (O.C. VI, p. 125).
Adorable y amable Corazón de Jesús, en reparación de tantos pecados e ingratitudes y para evitar que yo caiga en tal desgracia, te ofrezco mi corazón con todos los sentimientos de que es capaz y me entrego todo a Ti.
Con la mayor sinceridad (al menos así lo espero) desde este momento deseo olvidarme de mí mismo y de cuanto pueda tener relación conmigo, para eliminar todo obstáculo que pueda impedirme entrar en tu Corazón divino que has tenido la bondad de abrirme y en el que ansío entrar junto
con tus servidores más fieles, para vivir y morir invadido e inflamado por tu amor...
Sagrado Corazón de Jesús, enséñame a olvidarme enteramente de mi, ya que éste es el único camino para
entrar en Ti. Y puesto que cuanto haré en adelante será tuyo, haz que no realice nunca nada que no sea digno de Ti.
Enséñame qué debo hacer para llegar a la pureza de tu amor, del que me has infundido tan gran deseo. Experimento una gran voluntad de complacerte, pero al mismo tiempo me veo en la imposibilidad de realizarlo sin tu luz especial y tu ayuda.
Cumple en mí tu voluntad incluso contra mi querer.
A Ti corresponde, Corazón divino de Jesús, cumplirlo todo en mí; y de este modo, si llego a santo, tuya será la gloria de mi santificación. Para mí esto es más claro que la luz del día, pero para Ti será una magnífica gloria. Sólo para esto deseo la perfección. Amén.
VIVIR Y MORIR EN TU AMOR
Morir en la amistad con el Señor es gracia tan grande que ciertamente no se puede merecer. Por ello, en conclusión del sermón sobre la predestinación (O.C. III, 56p. 447), invita a sus oyentes a pedirla al Señor con oración.
Señor, bien sabes que no aspiramos a otra cosa sin a vivir y morir en tu amor; ahora alimenta estos deseos nuestros al igual que los has hecho brotar e infúndeles la firmeza y reciedumbre que nosotros no podemos prometernos, dada la mutabilidad e inconstancia de nuestro corazón. "Por las sendas trazadas ajustando mis pasos; por tus veredas no vacilan mis pies" (Sal 16,5). Señor, da fuerza a mis pasos, para que no vacilen o yerren el camino emprendido.
Dios omnipotente, a Ti que mantienes colgada la tierra en el universo, que has formado los cielos como trono de tu gloria, a ti no será difícil ni - me atrevo a decir _ menos , glorioso conferir a mi alma la misma estabilidad.
Hazme inquebrantable ante todas las tentaciones, inexpugnable a todos los asaltos de mis enemigos. Apriétame a Ti con lazos indisolubles; une mi voluntad a la tuya con tanta fuerza que resulten una sola voluntad, de modo que la mía sea recta, santa y sobre todo constante e inmutable como la tuya.
Concédeme, Oh Dios, morir en el seno de tu Iglesia, fuera de la cual no hay salvación; haz que expire en los brazos de la cruz, de la que brota el manantial de nuestra salvación; en el Corazón de Jesús Crucificado, en El que es la misma Salvación y Redención.
Y como no puedo vivir sino a través de Ti, haz que viva únicamente para Ti. Y, en fin, alcánzame morir en tu alabanza y tu amor y, si es posible, de amor a Ti. Amen.
NOVENA DE LA CONFIANZA
Saludo del Santo para todos los días:
Nuestro Señor Jesucristo sea nuestra fuerza y nuestra alegría, posea todo su corazón y sea su único consuelo.
DÍA PRIMERO
Acto de confianza: Estoy tan convencido , Dios mío, de que velas sobre todos los que esperan en Ti, y de que no puede faltar cosa alguna a quien aguarda de Ti todas las cosas, que he determinado vivir de ahora en adelante sin ningún cuidado, descargándome en Ti de todas mis solicitudes. "En paz me duermo y al punto descanso, porque tu, Señor, me has afirmado singularmente en la esperanza" (Sal 4,10).
Lectura: He resuelto estudiar los medios para hacer recaer la conversación sobre cosas que puedan edificar, sea quien sea aquel con quien me encuentre; de tal modo, que nadie se separe de mi sin tener más conocimiento de Dios que cuando llegó, y, si es posible, con mayor deseo de su salvación.
Propósito: Dios está en medio de nosotros y parece que no le reconocemos. Está en nuestros hermanos y quiere ser servido en ellos, amado y honrado, y nos recompensará más por esto que si le sirviésemos a El en persona. Que cada uno considere en su hermano a Jesucristo.
ORACIÓN LITÚRGICA DEL SANTO PARA TODOS LOS DÍAS
Señor y Padre nuestro, tú que hablaste al corazón de tu fiel servidor, San Claudio de la Colombiére, para que fuese testigo de la abundancia de tu amor; haz que los dones de tu gracia iluminen y consuelen a tu Iglesia.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
DESPEDIDA DEL SANTO PARA TODOS LOS DÍAS
Adiós, ruegue a Dios que me haga la gracia de morir enteramente a mi mismo. El Espíritu Santo llene su corazón del más puro amor de Dios. La paz de Nuestro Señor Jesús reine siempre en su corazón. Todo suyo en la cruz y en el Corazón de Jesús.
DÍA SEGUNDO
Acto de confianza: Despójenme en buena hora los hombres de los bienes y de la honra, prívenme de las fuerzas e instrumentos de serviros las enfermedades; pierda yo por mi mismo vuestra gracia pecando, que no por eso perderé la esperanza; antes la conservaré hasta el último suspiro de mi vida y vanos serán los esfuerzos de todos los demonios del infierno para arrancármela.
Lectura: La predicación es inútil sin la gracia, y la gracia no se obtiene sino por la oración. Si hay tan pocas conversiones entre los cristianos es porque hay pocas personas que oren, aunque hay muchas que predican. (Cuán agradable a Dios son estas oraciones!; es como cuando a una madre le ruegan que perdone a su hijo.
Propósito: Dios está en medio de nosotros, o mejor dicho, nosotros estamos en medio de El; en cualquier lugar donde estemos nos toca: en la oración, en el trabajo, en la mesa, en la conversación. Hagamos a menudo actos de fe; digamos con frecuencia: Dios me mira, aquí está presente. No hacer nunca nada, estando a solas, que no quisiéramos hacer a vista de todo el género humano.
DÍA TERCERO
Acto de confianza: Que otros esperen la dicha de sus riquezas o de sus talentos, que descansen otros en la inocencia de su vida, o en la aspereza de su penitencia, o en la multitud de sus buenas obras, o en el fervor de sus oraciones; en cuanto a mi toda mi confianza se funda en mi misma confianza: "Tu, Señor, me has afirmado singularmente en la esperanza" (Salmo 4,10).
Lectura: No tengo alegría semejante a la que experimento, cuando descubro en mi alguna nueva flaqueza, que se me había ocultado hasta entonces. Creo firmemente y siento gran placer al creerlo, que Dios conduce a los que se abandonan a su dirección y que se cuida aun de sus cosas más pequeñas.
Propósito: "Si tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo será claro" (Mt. 6,22).
No buscar sino a Dios, ni siquiera buscar sus bienes, sus gracias, las ventajas que en su servicio se encuentran como la paz, la alegría, etc., sino a El.
DÍA CUARTO
Acto de confianza: Confianza semejante jamás salió fallida a nadie. "Nadie esperó en el Señor y quedó confundido" (Ecles 2,11).
Lectura: En reparación de tantos ultrajes y de tan crueles ingratitudes, adorable y amable Corazón de Jesús, y para evitaren cuanto de mi dependa el caer en semejante desgracia, yo os ofrezco mi corazón con todos los sentimientos de que es capaz; yo me entrego enteramente a Vos. Y desde este momento protesto sinceramente que deseo olvidarme de mi mismo, y de todo lo que pueda tener relación conmigo para remover el obstáculo que pudiera impedirme la entrada en ese divino Corazón, que tenéis la bondad de abrirme y donde deseo entrar para vivir y morir en él con vuestros más fieles servidores, penetrando enteramente y abrasado de vuestro amor.
Propósito: Dirígete a mi siervo (el P. de La Colombiere) y dile de mi parte que haga todo lo posible para establecer esta devoción y dar este gusto a mi divino Corazón; que no se desanime por las dificultades que para ello encontrará, y que no le han de faltar. Pero debe saber que es todopoderoso aquel que desconfía enteramente de si mismo para confiar únicamente en Mí. (Jesús a Sta. Margarita)
DÍA QUINTO
Acto de confianza: Así que, seguro Apostolado de la Oración estoy de ser eternamente bienaventurado, porque espero firmemente serio, y porque eres Tú, Dios mío, de quien lo espero."En ti, Señor, he esperado; no quede avergonzado jamás" (Sal 30,2; 70,1).
Lectura: No quiero temer ya ni las ilusiones, ni los artificios del demonio, ni mi propia debilidad, ni mis indiscreciones, ni aun siquiera mi desconfianza; porque Vos debéis ser mi fortaleza en todas mis cruces, y me prometisteis serio a proporción de mi confianza. "Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Flp 4,13). Vos en todas partes estáis en mi y yo en Vos; luego en cualquier parte que me encuentre, ante cualquier peligro, cualquier enemigo que me amenace, tengo mi fuerza conmigo.
Propósito: Me promete Dios ser mi fortaleza, según la confianza que tenga en El. Por esto he resuelto no poner límites a esta confianza y extenderla a todo. Me parece que en lo sucesivo debo servirme de nuestro Señor como de un escudo que me rodea, y que opondré a todos los dardos de mis enemigos.
DÍA SEXTO
Acto de confianza: Conocer, demasiado conozco que por mi soy frágil y mudable; sé cuanto pueden las tentaciones contra las virtudes más robustas, he visto caer las estrellas del cielo y las columnas del firmamento; pero nada de eso logra acobardarme.
Lectura: Lo cierto es que, de todas las confianzas, la que más honra al Señor es la de un pecador insigne que está tan persuadido de la misericordia infinita de Dios, que todos sus pecados le parezcan como un átomo en presencia de esa misericordia.
Propósito: Sólo se encuentra la paz en el total olvido de sí mismo. Es necesario que nos resolvamos a olvidarnos hasta de nuestros intereses espirituales, para no buscar más que la pura gloria de Dios.
DÍA SÉPTIMO
Acto de confianza: Mientras yo espere, estoy a salvo de toda desgracia; y de que esperaré siempre estoy cierto, porque espero también esta esperanza invariable.
Lectura: No dude de que Dios le ha de dar por si, o por ese confesor, todo lo que le sea necesario, ni de que nunca dejará perecer un alma que preferirla morir antes que desagradarle. Le confieso que no pueda perdonar ni un instante de inquietud a una sierva de Jesucristo. Es una gran injuria a su Señor, que soporta, conserva y coima de bienes a sus mayores enemigos; piense si querrá perder a los que no sueñan sino en servirle.
Propósito: Es necesario ser paciente con buena fe, y dulce como Jesucristo hasta el fondo del alma. le recomiendo esta virtud sobre todas las cosas, es preciosa a los ojos de Dios. Es dulce hablar de lo que se ama, pero más todavía con Jesucristo dentro de su corazón.
DÍA OCTAVO
Acto de confianza: En fin, para mi es seguro que nunca será demasiado lo que espere de Ti, y que nunca tendré menos de lo que hubiere esperado. Por tanto, espero que me sostendrás firme en los riesgos más inminentes y me defenderás en medio de los ataques más furiosos, y harás que mí flaqueza triunfe de los más espantosos enemigos.
Lectura: Teme usted que Dios le mande pruebas que no pueda soportar; es un pensamiento que le pasa por la imaginación, porque sí creyera que así lo siente no le perdonaría esa desconfianza y el ultraje que haría a la sabiduría y a la bondad de nuestro Señor. No llega a entender todavía que es El principalmente quien lo hace todo en nosotros,, excepto los pecados, y que no debemos considerar ni nuestras faltas ni nuestra debilidad, sino esperarlo todo de El.
Propósito: Bien se yo que sé Puede comulgar de tal forma que no se saque ningún fruto; pero sostengo que eso no puede ser consecuencia de acercarse demasiado frecuentemente. Creo que los que comulgan cada ocho días sin ser por eso mejores, serían peores si comulgasen más de tarde en tarde; que ninguna indisposición, exceptuando el pecado mortal, puede impedir el efecto del sacramento que es el de santificar el alma, de darle fuerzas y vigor para hacer el bien y resistir al mal; que como cada vez que se comulga se recibe un aumento de mérito y de gracia habitual, es necesario que una comunión nos disponga para aprovecharnos de otra; y, por consiguiente, cuantas más comuniones se hacen, más se está en disposición de aprovechar de las que se deben hacer.
DÍA NOVENO
Acto de confianza: Espero que Tú me amarás a mí siempre y que te amaré a Ti sin intermisión, y para llegar de un solo vuelo con la esperanza hasta donde puede llegarse, espero a Ti mismo, de Ti mismo, oh Creador mío, para el tiempo y para la eternidad. Amén.
Lectura: Este Corazón se encuentra aún, en cuanto es posible, en los mismos sentimientos y, sobre todo, siempre abrasado de amor para con los hombres; siempre sensible a nuestros males; siempre apremiado del deseo de hacernos participantes de sus tesoros y de dársenos a sí mismo; siempre dispuesto a recibirnos y a servirnos de asilo, mansión, de paraíso, ya en esta vida. A cambio de todo no encuentra en el corazón de los hombres más que dureza, olvido, desprecio, ingratitud. Ama y no es amado y ni siquiera es conocido su amor; porque no se dignan los hombres recibir los dones por los que quiere atestiguarlo, ni escuchar las amables e intimas manifestaciones que quiere hacer a nuestro corazón.
Propósito: En cuanto a usted, ponga toda su confianza en Dios y no en criatura alguna; ponga toda su esperanza en El; espérelo todo de El, y no de criatura alguna; ni aun de sus directores, quien quiera que sean; no pueden nada sin Nuestro Señor, y El lo puede todo sin ellos.
(extraído de
http://www.corazones.org)